jueves, 16 de mayo de 2013

“ANTES QUE EL OÍDO PUEDA OÍR, TIENE QUE HABER PERDIDO SU SENSIBILIDAD”




II
“ANTES QUE EL OÍDO PUEDA OÍR, TIENE QUE HABER
PERDIDO SU SENSIBILIDAD”

Las primeras cuatro reglas de “Luz en el Sendero” son
indudablemente, por rara que parezca la afirmación, las más importantes de toda la obra, salvo una sola. La razón de su gran importancia es porque contienen la ley vital, la esencia misma creadora del hombre astral. Y sólo en la conciencia astral (o iluminada por sí) es donde tienen algún significado vivo las reglas que aquéllas siguen. Una vez alcanzado el uso de los sentidos astrales y comenzado su empleo, sirven de guía las reglas
últimas. Al hablar así, quiero decir, por supuesto, que las primeras cuatro reglas son las que tienen importancia e interés para los que las leen impresas en letras de molde. Cuando se hayan grabado en el corazón del hombre y en su vida de un modo indubitable, entonces las otras reglas se hacen, no tan sólo interesantes, o declaraciones extraordinarias metafísicas, sino hechos reales en la vida, que hay que penetrar y experimentar.
Las cuatro reglas se hallan escritas en la gran cámara de toda Logia
verdadera de una Fraternidad viva. Ya sea que el hombre vaya a vender su alma al diablo, como Fausto; ya tenga que ser vencido en la batalla, como Hamlet, o bien que esté destinado a pasar dentro del recinto, en cualquier caso estas palabras son para él. El hombre puede escoger entre la virtud y el vicio, pero no antes de que llegue a ser hombre; un niño o un animal salvaje no pueden hacer semejante elección. Así sucede con el discípulo; primeramente tiene que ser discípulo, aun antes de que él pueda ver las
sendas para escoger entre ellas. El esfuerzo de convertirse en discípulo, el nacer de nuevo, ha que hacerlo por sí mismo sin ningún Maestro. Hasta que no se aprenden las cuatro reglas, ningún Maestro puede serle útil, y por esta razón se menciona a los “Maestros” en la forma que se hace. Ningún verdadero Maestro adepto con poderes, ya pertenezca a la derecha, ya a la
izquierda, podrá influir en hombre alguno mientras no se hayan pasado estas cuatro reglas.
Las lágrimas, como he dicho, pueden ser llamadas el rocío de la vida.
El Alma debe haber dejado a un lado las emociones de la humanidad, tiene que haber alcanzado un equilibrio que la desgracia no puede hacer perder antes que sus ojos puedan abrirse al mundo de lo sobrehumano.
La voz de los Maestros recorre siempre el mundo; pero sólo la oyen
aquellos cuyos oídos ya no perciben los sonidos que afectan la vida
personal. La risa no alivia ya al corazón, la cólera ya no le enciende, las palabras dulces no producen su balsámico efecto. Porque aquello interno para lo cual son los oídos como una puerta externa, es en sí mismo un sitio de paz impasible que nada puede perturbar. Así como los ojos son las ventanas del alma, asimismo son los oídos sus puertas. Por su medio viene el conocimiento de la confusión del mundo. Los Grandes Seres que han conquistado la vida, que han llegado a ser más que discípulos, permanecen
en paz, imperturbables en medio de la vibración y movimiento
kaleidoscópico de la humanidad. Poseen dentro de sí conocimientos ciertos, así como una paz perfecta; y por esto no pueden excitarse ni emocionarse por los erróneos y parciales fragmentos de información que aportan a sus oídos las voces de los que les rodean. Cuando hablo del conocimiento, me refiero al conocimiento intuitivo. 
Esta información cierta no puede nunca obtenerse por el mucho
trabajo ni por el experimento; pues estos métodos son tan sólo aplicables a la materia, y la materia es en sí una sustancia perfectamente incierta, constantemente afectada por el cambio. Las Leyes más absolutas y universales de la vida natural y física, como la entienden los hombres de ciencia, desaparecerán cuando desaparezca la vida de este universo y quede sólo su Alma en el silencio. ¿Qué valor tiene entonces el conocimiento de sus leyes adquirido por el trabajo y la observación?
Ruego a los lectores y críticos que no crean que con lo que acabo de decir trato de rebajar la importancia del conocimiento adquirido, o la obra de los hombres científicos. Al contrario, entiendo que los hombres de ciencia son los precursores del pensamiento moderno. Los días de la Literatura y del Arte en que poetas y escultores vieron la luz divina y la interpretaron con su gran lenguaje, yacen sepultados en el lejano pasado con los escultores anteriores a Fidias y con los poetas anteriores a Homero.
Los Misterios no gobiernan ya el mundo del pensamiento y de la
belleza; la vida humana es el poder que dirige y no aquello que existe más allá de ella.

Pero los trabajadores científicos están progresando, no tanto por su
propia voluntad, como por la mera fuerza de las circunstancias, hacia la línea lejana que divide las cosas interpretables de las no interpretables.
Cada nuevo descubrimiento los hace dar un paso adelante; por tanto, estimo muy altamente el conocimiento que se adquiere por el trabajo y la experiencia.
Pero el conocimiento intuitivo es una cosa muy distinta. No se
adquiere de ningún modo, sino que es, por decirlo así, una facultad del Alma; no del alma animal, de esa que se convierte en un fantasma después de la muerte, cuando la pasión, la atracción o la memoria de malos hechos la retienen en la vecindad de los seres humanos, sino del Alma divina que anima todas las formas externas del ser individualizado. 
Ésta es una facultad que reside en esta Alma, de la cual es inherente.
El aspirante o discípulo tiene que elevarse a la conciencia de ella por un esfuerzo fiero, resuelto e indomable de la voluntad. Uso la palabra indomable por una razón especial. Sólo aquel que es indomable, que no puede ser dominado, que sabe que tiene que ejecutar el papel de Señor sobre los hombres, sobre los hechos, sobre todas las cosas, salvo su propia divinidad, puede despertar esa facultad. "Con la fe, todas las cosas son posibles." Los escépticos se ríen de la fe y se vanaglorian por haberla ahuyentado de sus propias mentes. Lo cierto es que la fe es una gran máquina, un poder enorme, que verdaderamente puede realizar todas las
cosas; pues es el contrato o compromiso entre la parte divina del hombre y su yo inferior.
El uso de esta máquina, es del todo necesario para obtener el
conocimiento intuitivo; si el hombre no cree que lleva en sí mismo este conocimiento, ¿cómo ha de pretenderlo y emplearlo?
Sin él hállase más desamparado que cualquier madero o resto de
naufragio entre las grandes olas del Océano. Es llevado de aquí para allí; así puede suceder al hombre por los cambios de fortuna. Pero tales aventuras son puramente externas y de muy poca importancia. Un esclavo puede ser arrastrado por las calles cargado de cadenas, y, sin embargo, retener el alma tranquila del filósofo, como se vio en la persona de Epicteto. Un hombre puede poseer grandes riquezas y poderes mundanos, y, según toda apariencia, ser dueño absoluto de su destino, y, sin embargo, no saber lo que es la paz ni la certeza, porque dentro de sí se halla a merced de todas las corrientes de pensamientos que chocan en él. Y estas corrientes
distintas no arrastran tan sólo al hombre corporalmente de aquí para allí, como leño flotante en las aguas; esto no sería nada, sino que penetran por 1as puertas del Alma, la anegan y la vuelven ciega y vacía de toda inteligencia permanente, de manera que la afecten las impresiones transitorias.
Para aclarar más el sentido de lo que he dicho, pondré un ejemplo.
Considérese un autor disponiéndose a escribir, un pintor concibiendo un cuadro, un compositor escuchando las melodías que despuntan en su alegre imaginación; haced que cualquiera de estos trabajadores pase las horas del día en una ventana mirando una calle de mucho tránsito. El poder de la vida animada ciega igualmente a la vista y al oído, y el gran tráfico de la ciudad
no es para él más que una escena pasajera. Pero si un hombre cuya mente está vacía, cuyos días no tienen objeto, se hallare en esta misma ventana, observará a los transeúntes y recordará las caras que por algún concepto le interesaron. Así sucede a las mentes en su relación con la verdad eterna. Si no trasmiten ya sus fluctuaciones, sus conocimientos parciales, sus inseguras informaciones al Alma, entonces, en el sitio interno de paz, se
convierte en llama la luz del verdadero conocimiento; entonces los oídos principian a oír. Al principio, muy débil, muy vagamente. 
Y en verdad, son tan débiles y tiernas estas primeras indicaciones del principio de la vida real, que algunas veces son rechazadas como meras fantasías, meras imaginaciones. Pero antes de que éstas puedan convertirse en algo más que fantasía, tiene que afrontarse el abismo de la nada en otra forma. El silencio completo, que sólo puede venir cerrando los oídos a todo ruido transitorio, viene como un horror más espantoso que el mismo informe vacío del espacio. Nuestro concepto mental único del espacio vacío, es, a lo que creo, cuando se reduce a la expresión más sencilla del pensamiento, negra oscuridad. Esto constituye un gran terror físico para la mayor parte de las personas, y cuando se le considera como un hecho
eterno e inmutable, tiene que traer a la mente la idea de la aniquilación más que otra cosa.
Pero es la extinción sólo de un sentido; y el sonido de una voz puede venir y aportar consuelo hasta en las más profundas tinieblas. Una vez que el discípulo ha encontrado su camino en esta oscuridad, la cual es el espantoso abismo, debe cerrar de tal modo las puertas de su Alma, que ningún consolador pueda penetrar allí, así como ningún enemigo.
Y al hacer est e segundo esfuerzo, es cuando el hecho de que el dolor y el placer no son más que una sensación, se hace notorio para aquellos que hasta entonces no habían podido apercibirse de ello. Porque cuando se alcanza la soledad del silencio, el Alma siente tan fiero y apasionado apetito de sensación en que reposar, que una sensación dolorosa sería recibida con tanta ansia como una de placer. Cuando se llega a este estado de conciencia el hombre animoso, asiéndolo y reteniéndolo, puede destruir
de golpe la "sensibilidad”. Cuando el oído cesa de distinguir entre lo
placentero y lo doloroso, ya no volverá a ser afectado por la voz de los demás, y entonces está fuera de peligro y puede abrir las puertas del Alma.
La "vista" es el primer esfuerzo y el más fácil, porque se alcanza en
parte por un impulso. La inteligencia puede conquistar el corazón, como es bien sabido en la vida ordinaria. Por tanto, este paso preliminar se halla todavía dentro de los límites de la Materia. Pero el segundo paso no permite semejante ayuda ni ninguna clase de auxilio. Por supuesto, por ayuda material quiero significar la acción del cerebro o las emociones del Alma Humana. Al obligar a los oídos a escuchar tan sólo el silencio eterno, el ser que llamamos hombre se convierte en algo que ya no es hombre. Un examen muy superficial de las mil y una influencias con que los demás nos
afectan, demostrará que esto debe ser así. Un discípulo debe llenar todos los deberes de su virilidad; pero los llenará con arreglo a su propio sentimiento de rectitud, y no con arreglo al de otra persona o corporación.
Éste es un resultado muy evidente de seguir la doctrina del conocimiento, en lugar de cualquiera de las creencias ciegas.
Para obtener el silencio puro necesario al discípulo, hay que poner a
un lado el corazón y las emociones, el cerebro y sus intelectualidades. Unos y otros son mecanismos que perecen juntamente con la breve vida del hombre. La esencia en el más allá, aquello que es causa motora y que hace vivir al hombre, es lo que ahora le obliga a animarse y a obrar. Ésta es la hora de mayor peligro. En la primera prueba, los hombres se vuelven locos
de temor; sobre esta primera prueba es sobre lo que escribió Bulwer Lytton.
 Ningún novelista ha hablado de la segunda prueba, aunque sí lo han hecho algunos poetas. Su peligro sutil y grande consiste en el hecho de que en la medida de la fuerza de un hombre, está la medida de sus probabilidades de pasar más adelante o de poder siquiera luchar. Si tiene poder suficiente para despertar esa parte no acostumbrada de sí mismo, la Esencia Suprema, entonces, tendrá fuerzas para abrir las Puertas de Oro; entonces está el verdadero alquimista en posesión del elixir de vida.
En este punto de la experiencia es donde el ocultista se separa de
todos los demás hombres y entra en una vida peculiar suya en el sendero de los hechos individuales, en lugar de la mera obediencia a los genios que gobiernan nuestra tierra. Esta elevación propia a un poder individual le identifica realmente con las fuerzas más nobles de la vida y le convierte en uno con ellas. Porque ellas están más allá de los poderes de esta tierra y de las leyes de este universo. En este punto se encuentra la única esperanza de éxito del hombre en el gran esfuerzo: salvar de un salto la distancia desde su presente situación a la próxima y convertirse desde luego en parte
intrínseca del poder divino, así como ha sido parte intrínseca del poder intelectual de la gran Naturaleza a la cual pertenece. Él se halla siempre más avanzado que sí mismo, si semejante contradicción puede comprenderse. Los hombres que se adhieren a esta posición, que creen en su poder innato de progreso y en el de la raza entera, son los Hermanos Mayores, los precursores. Todo hombre tiene que dar el gran salto por sí mismo y sin ayuda; sin embargo, es algo en que apoyarse el saber que otros han pasado por este camino. Es posible que se hayan perdido en el abismo;
no importa, han tenido el valor de entrar. La razón porque digo que es posible que se hayan perdido en el abismo, es por el hecho siguiente: que el que haya pasado no es reconocible hasta que el otro estado, completamente nuevo, haya sido alcanzado por ambos. No hay necesidad de ocuparnos ahora de lo que es este estado.
Sólo diré que cuando el hombre empieza a entrar en el estado del
silencio, pierde el conocimiento de sus amigos, de los seres queridos, de todos los que ha amado; y también pierde de vista a sus Instructores ya aquellos que le han precedido en su camino. Explico esto porque raro es que al pasar por este estado no se queje con amargura. Si 1a mente se hiciera cargo de antemano que el silencio tiene que ser completo, seguramente no se elevaría esta queja como un obstáculo en el Sendero.
Vuestro Maestro o vuestro predecesor puede tener vuestra mano en las suyas y ofreceros la mayor simpatía de que es capaz el corazón humano.
Pero cuando el silencio y la oscuridad vienen, perdéis todo conocimiento de Él; estáis solo, y Él no puede auxiliaros, no porque su poder haya desaparecido, sino porque vos habéis invocado a vuestro gran enemigo. Por vuestro gran enemigo significo vos mismo.
Si sois capaces de afrontar vuestra propia Alma en la oscuridad y en
el silencio, habréis conquistado el yo animal o físico, el cual mora tan sólo en la sensación.
Esta declaración me temo parecerá confusa, pero en realidad es muy sencilla. Cuando el hombre ha alcanzado la madurez, y la civilización está en su apogeo, hallase entre dos fuegos. Si pudiese siquiera exigir su gran herencia, se desembarazaría de la carga de la vida animal sin dificultad.
Pero no lo hace, y así las razas de hombres florecen, y luego caen y mueren y marchitan la faz de la tierra, por más espléndido que haya sido el florecimiento. Y se deja al individuo que haga este gran esfuerzo: rehusar ser espantado por su naturaleza superior, resistir el impulso de retroceso que viene de su yo menor o más material. Todo individuo que ejecuta eso, es un redentor de la raza. Puede no hacer ostentación de sus hechos, puede permanecer en el secreto y en el silencio; pero es un hecho que él constituye un eslabón entre el hombre y su parte divina; entre lo conocido y lo desconocido; entre el bullicio del mercado y la calma de los nevados
Himalayas. No tiene que andar entre los hombres para formar este eslabón; en lo astral él es el eslabón, y este hecho hace de él un ser de otro orden que el resto de la humanidad. Aún en el principio del camino hacia el conocimiento, cuando sólo ha dado el segundo paso encuentra que su planta está más segura y se hace consciente de que él es una parte reconocida del todo.
Ésta es una de las contradicciones de la vida que ocurren tan a
menudo y que proporcionan materia al escritor de ficciones. El ocultista las ve mucho más marcadas cuando trata de vivir 1a vida que ha elegido.

A medida que se retira dentro de sí y se hace dependiente de sí
mismo, encuéntrase, de un modo más definido, que forma parte de una gran marea de determinado pensamiento y sentimiento. Cuando ha aprendido la primera lección, cuando ha conquistado el hambre del corazón y ha rehusado vivir en el amor de otros, se siente más capaz de inspirar amor. Al echar de sí la vida, ésta viene a él en una nueva forma y con un nuevo significado. El mundo ha sido siempre un sitio de muchas contradicciones para el hombre; cuando se convierte en discípulo, ve que la vida se describe como una serie de paradojas. Éste es un hecho en la Naturaleza y la razón de ello es bastante comprensible. El alma del hombre “mora como una
estrella aparte” aun la más vil de entre nosotros, mientras que su conciencia está bajo la ley de la vida vibratoria y de sensaciones. Esto solo es bastante para causar esas complicaciones de carácter que son el  material para el novelista; cada hombre es un misterio, tanto para sus amigos como para sus enemigos.
Sus motivos son a menudo indescifrables, y no pueden probar ni
saber por qué hace esto o aquello. El esfuerzo del discípulo es el de
despertar la conciencia en esta estrellada parte de sí mismo, donde su poder y divinidad duermen. Cuando esta conciencia se despierta, la contradicción en el hombre mismo se marca más que nunca, y así sucede con las paradojas que muestra en su vida. Porque, por supuesto, el hombre crea su propia vida; y aquello de que "las aventuras son para los aventureros", es uno de sus sabios proverbios sacados de los hechos reales que abarcan toda
el área de la experiencia humana.
La presión sobre la parte divina del hombre reacciona sobre la parte
animal. Así que el alma silenciosa se despierta, hace la vida ordinaria del hombre más determinada, más viva, más real y responsable. 
Refiriéndonos a los dos ejemplos ya mencionados, el Ocultista que
se ha retirado dentro de su propia fortaleza, ha encontrado su fuerza e inmediatamente reconoce las exigencias que el deber le impone. Él no obtiene su fuerza por su propio derecho, sino porque es una parte del todo; y tan pronto como se halla libre de la vibración de la vida y puede permanecer inquebrantable, el mundo externo le grita que venga y que trabaje con él. Lo mismo sucede con el corazón. Cuando ya no desea tomar, se le pide que dé con abundancia. “Luz en el Sendero” ha sido llamado un libro de paradojas, y muy justamente; ¿qué otra cosa podía ser cuando trata de la experiencia personal efectiva del discípulo?
El haber adquirido los sentidos astrales de la vista y el oído, o en
otras palabras, haber alcanzado la percepción y abierto las puertas del Alma, son tareas gigantescas que pueden exigir el sacrificio de muchas sucesivas encarnaciones. Y, sin embargo, cuando la voluntad ha alcanzado su fuerza, todo el milagro puede obrarse en un segundo de tiempo.
Entonces el discípulo deja de ser el servidor del Tiempo.

Estos dos primeros pasos son negativos, esto es, implican la retirada
de un presente estado de cosas más bien que un avance hacia otro. Los dos siguientes son activos e implican el avance a otro estado de ser.

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