sábado, 11 de mayo de 2013

LUCIFER, EL ÁNGEL REBELDE




CAPITULO PRIMERO

LUCIFER, EL ÁNGEL REBELDE

La Confraternidad de los Rosacruces aspira a educar y construir, a
ser caritativa aun con aquellos que de ella difieren y nunca derramar la
ponzoña del vituperio, el rencor o la malignidad ni aun sobre quienes
parecen deliberadamente determinados a la perversión. Nosotros
reverenciamos a la religión católica, porque es esencialmente divina como lo es la mística masonería, pues ambas tienen sus raíces en la remotísima antigüedad, ambas nacieron para favorecer las aspiraciones de la militante alma, y ambas tienen un mensaje y una misión que cumplir en el mundo, aunque hoy día no se manifiesta ostensiblemente, porque las ceremonias inventadas por los hombres encubren como una costra el meollo divino de cada una de ellas.
El objeto de este libro es arrancar la costra y exponer la cósmica
finalidad de dichas dos poderosas instituciones que tan enconadamente
antagónicas se muestran una a la otra. Sin embargo, no intentamos
reconciliarlas, porque si bien ambas están destinadas a promover la
emancipación del alma alimentada por uno de los métodos serán muy
distintos de las cualidades del alma nutrida en una otra escuela. Por lo tanto, la lucha ha de proseguir hasta que halla sido perdida o ganada la batalla por la conquista de las almas de los hombres. Sin embargo, el resultado de la batalla no significará la persistencia de la institución católica o de la masónica, sino que determinará la índole de las enseñanzas que la humanidad ha de recibir en los restantes períodos de evolución.
Trataremos de demostrar la raíz cósmica de ambas instituciones, la
finalidad de cada una de ellas y las enseñanzas que inaugurará la que resulte vencedora, así como también indicaremos la índole de las cualidades del alma según cada uno de los métodos. El autor no es masón, y así está en libertad de publicar lo que sabe, sin temor a quebrantamiento de obligaciones; pero es masón de corazón, y por lo tanto francamente opuesto al catolicismo.
Pero nuestra oposición no es fanática ni desconoce los méritos de la
religión católica. Tanto los católicos como los masones son nuestros
hermanos. Nada diremos en menosprecio o irreverencia de la fe católica ni de quienes la profesan, y si en algún pasaje hay algo que tal parezca, será por inadvertencia.
Ha de tener muy en cuenta el lector que distinguimos rigurosamente
entre la jerarquía católica y la religión católica, aunque también los clérigos son hermanos nuestros; pero ni física ni moralmente arrojaremos piedras contra ellos, porque demasiado bien conocemos nuestros defectos para atacar a los demás. Por lo tanto, nuestra oposición no es personal, sino espiritual y esgrimiremos el arma del espíritu razonador. Creemos firmemente que para el perdurable bien de la humanidad han de vencer los masones y, por lo tanto, no sería acertado presentar el catolicismo desde un punto de vista parcial y sectario, sino que los estudiantes para quienes se ha escrito este libro puedan estar seguros de que seremos justos. Tenemos la certeza de las verdades cósmicas que exponemos, pero como fuera posible que se deslizase algún error en nuestras conclusiones, cada cual ha de comprobar con su propia razón cuanto digamos, según el consejo:

“Escudriñadlo todo y escoged lo bueno”.

La gran ley de analogía es por doquiera la clave de todos los
misterios espirituales, y aunque el catolicismo y la masonería no comienzan hasta que la humana evolución llega al período terrestre, tienen su prototipo en períodos anteriores y, por lo tanto, examinaremos someramente los hechos capitales.
En el período saturniano, la Tierra, en formación, estaba en tinieblas.
El Calor, primera manifestación del siempre invisible fuego, era entonces
el único elemento manifiesto. La embrionaria humanidad tenía aspecto
mineral, el único reino inferior en que evolucionaba la unidad, y los Señores de la Mente, a la sazón humanos, estaban unánimes entre sí.
Las enseñanzas de la sabiduría occidental dan el nombre de El Padre
al supremo iniciado del período saturniano.
En el período solar se desenvolvió la raíz de un nuevo elemento, el
Aire, que se entrefundió con el invisible fuego manifestado como calor en
el período saturniano. Entonces el fuego brotó en llamas y el tenebroso
mundo se convierte en un ardiente globo de ígnea neblina por virtud de la
palabra de poder: Hágase la luz.
Conviene considerar detenidamente la relación entre fuego y llama.
El fuego está latente, dormido, invisible en todas las cosas y brota de ellas
por varios medios: por percusión del martillo en la piedra, por roce de
madera con madera, por combinación química, etc. Esto nos da un indicio
de la identidad y estado del Padre “a quien jamás vio hombre alguno”,
pero que está revelado en la “Luz del Mundo”, en el Hijo, el supremo
iniciado del período solar. Así como el invisible fuego se manifiesta en la
llama, así también la plenitud del Padre mora en el Hijo, y ambos son uno,
como uno es el fuego con la llama en que se manifiesta. Tal es fundamento del verdadero culto al Sol o al Fuego, que trasciende todo símbolo físico y adora a “Nuestro Padre que está en el cielo”. Los masones míticos de hoy día mantienen tan firme como siempre esta fe en el fuego.
Así vemos que la unidad prevaleciente en el período saturniano prosigue en el período solar. La ordinaria humanidad de aquel tiempo había ya
evolucionado hasta el esplendor de los arcángeles, y aunque unos estaban más adelantados que otros, no había antagonismo entre ellos. La actual humanidad había alcanzado entonces el estado vegetal, en un nivel poco superior a la nueva oleada de vida surgida en el período solar, y también aquí prevalecía la unidad.
En el período lunar, el contacto de la ígnea esfera con el frío espacio
engendró la humedad y comenzó con toda su fiereza la lucha de los
elementos. El ardiente globo de fuego procuraba evaporar la humedad,
empujándola hacia fuera para producir un vacío en donde mantener su
integridad sin que nada perturbara su violencia; pero como en la Naturaleza no existe ni puede existir el vacío, sucedió que la corriente impelida hacia fuera se condensó a cierta distancia del globo ígneo y fue de nuevo empujada hacia adentro por el frío espacio, para ser después evaporada e impelida otra vez hacia fuera en incesante vaivén durante siglos de siglos como un rehilete entre las distintas Jerarquías espirituales constituyentes de los diversos reinos de Vida, representados en la ígnea Esfera y el Espacio cósmico, el cual es una expresión del homogéneo y absoluto Espíritu.
Los espíritus ígneos se esfuerzan vehementemente en obtener amplitud de conciencia; pero lo Absoluto permanece siempre envuelto en la invisible vestidura del espacio. En lo Absoluto están latentes todas las potencias y posibilidades, y procura contrariar cualquier intento de consumir energía latente como dinamismo exigido por la evolución de un sistema solar. El agua es el agente que lo Absoluto emplea para apagar el fuego de los activos espíritus. La zona comprendida entre el cálido centro del separado Espíritu de la Esfera y el Punto en donde su individual atmósfera encuentra el Espacio cósmico es un campo de batalla de evolucionantes espíritus en diversas etapas de evolución.
Los que ahora son ángeles fueron hombres en el período lunar y el supremo iniciado es el Espíritu Santo (Jehová).
Así como nuestra humanidad y los otros reinos de vida en la tierra están
diversamente afectados por los distintos elementos, de modo que unos
prefieren el calor, otros el frío, algunos medran en la humedad y otros
requieren sequedad, así también entre los ángeles del período lunar, unos
tenían afinidad por el agua, y otros la aborrecían y gustaban del fuego.
Los continuados ciclos de condensación y evaporación de la humedad que circundaba la ígnea esfera, llegaron a producir incrustaciones, y Jehová se propuso modelar esta “tierra roja” llamada Adám, en formas donde aprisionar y apagar los espíritus del fuego. A este fin pronunció el creador fiat y aparecieron los prototipos de los peces, aves y de todos los seres vivientes, incluso la primitiva forma humana, todas las cuales fueron
creadas por Sus ángeles; y de este modo esperaba someter a Su voluntad
todo cuento vive y se mueve.
Contra este plan se revelaron una minoría de ángeles que tenían demasiada afinidad con el fuego para soportar el contacto con el agua, y se negaron a crear las formas según se les había ordenado; pero con ello se privaron al propio tiempo de la oportunidad de evolucionar en determinado sentido y llegaron a ser una anomalías en la Naturaleza, aparte de que por haber repudiado la autoridad de Jehová debieron esforzarse por su propia cuenta en lograr la salvación.
En los siguientes capítulos veremos cómo lo consiguió Lucifer, el caudillo
de los ángeles rebeldes; por de pronto baste decir que en el período
terrestre, cuando varios planetas estaban diferenciándose para proporcionar adecuado ambiente de evolución a cada clase de espíritus, los ángeles obedientes a Jehová comenzaron a actuar con los habitantes de los planetas que poseen satélites, mientras que Lucifer y sus ángeles tuvieron su morada en el planeta Marte. El ángel Gabriel representa la tierra la Jerarquía lunar presidida por Jehová; y el ángel Samael es el embajador de las marcianas fuerzas de Lucifer. Por lo tanto, Gabriel (el que anunció a María el nacimiento de Jesús) y sus ángeles lunares son los donantes de la vida física, mientras Samael y las huestes de Marte son los ángeles de la Muerte.
Así se origino la contienda en la tenue aurora de aquel día cósmico, y actual Francmasonería es el intento realizado por los Jerarcas del Fuego, los espíritus de Lucifer, para proporcionarnos el aprisionado espíritu “Luz” que nos permita ver y conocer. El catolicismo es una actividad de los Jerarcas del Agua, y por esto coloca en las puertas de sus templos el agua bendita para amortiguar a los espíritus anhelosos de luz y conocimiento e
infundirles fe en Jehová.
Así como el equinoccio de primavera ocurre en el primer punto de Aries,
independientemente del lugar que ocurra entre las constelaciones por efecto de la procesión, así el primer punto de Cáncer es el punto en donde el átomo- simiente humano llega del mundo invisible y lo toma en sus manos Jehová, el dios lunar de la generación por medio del embajador el ángel Gabriel. Es Cáncer el signo cardinal de la Triplicidad ácuea y está
gobernado por la Luna. En este punto se efectúa la Concepción; pero si la
forma estuviese construida únicamente con agua y sus concreciones, no
podría jamás venir a la tierra; y así, cuatro meses más tarde, cuando el feto llega a la etapa de desenvolvimiento correspondiente al segundo signo de la triplicidad ácuea, o sea, escorpión, el octavo signo correspondiente a la casa de la muerte. Samael, el intrépido embajador de los espíritus de Lucifer, invade los ácueos dominios de la Jerarquía lunar e infunde la ígnea chispa del espíritu en la inerte forma para fermentarla, avivarla y moldearla en una expresión de sí misma
Allí el Cordón plateado nacido del átomo-simiente del cuerpo denso(situado en el corazón) desde la concepción, se suelda con la parte brotada del vértice central del cuerpo de deseos (localizada en el hígado); y cuando el Cordón plateado queda atado por átomo-simiente de cuerpo vital(localizado en el plexo solar) el espíritu muere a la vida en el mundo suprasensible y anima el cuerpo que ha de usar en la inminente vida terrena. Esta vida terrena dura hasta que se han realizado todos los acontecimientos predichos en el horóscopo o rueda de la vida; y cuando el espíritu retorna al reino de Samael, el ángel de la muerte, a la mística octava casa, se suelta el cordón de plata, y el espíritu vuelve a Dios que se la dio, hasta que la aurora de otro día de vida en la escuela de la tierra le incita al renacimiento para acrecentar su habilidad en las artes y oficios de construcción del templo.
Unos cinco meses después de la avivación del feto, ya transpuesto el signo de Piscis, último de los ácueos, Samael, el representante de los espíritus de Lucifer, enfoca las fuerzas del ígneo signo de Aries, donde Marte está positivamente polarizado, de modo que por impulso de su dinámica energía se vacían las aguas de la matriz, y el aprisionado espíritu queda libre en el mundo físico para pelear las batallas de la vida. Puede ciegamente embestir de cabeza contra las fuerzas cósmicas representadas por el primer signo ígneo Aries o el Carnero, que simboliza la fuerza bruta con que las razas primitivas tratan los problemas de la vida; o bien puede adoptar el más moderno método de la astucia, como un medio de dominar a los demás, característica indicada por el segundo signo ígneo, Leo o el León, rey de los animales; o también puede sobreponerse a la naturaleza animal y apuntar a las estrellas con el arco de las aspiraciones espirituales, simbolizado por Sagitario, o el Centauro, el último signo ígneo. El Centauro está inmediatamente después del signo ácueo de Escorpión, para dar a entender que todo el que anhele alcanzar aquella última etapa y afirmar su divino derecho de elección y su prerrogativa como Fran Masón o hijo del fuego y de la luz, habrá de sentir seguramente en sus talones la picadura del escorpión que como acicate le hará apresurar el paso por el sendero que conduce a los hombres a “ser prudentes como serpientes”. De Esta clase se nutre la mística masonería con hombres que tienen el indomable valor de osar, la inquebrantable energía de hacer y la diplomática discreción de
callar.

del libro "La Masonería y el Catolicismo" y "Cartas Rosacruces", de Max Heindel

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