martes, 3 de marzo de 2015

La Epigénesis

LA EPIGÉNESIS (1ª Parte)
(Lección mensual del estudiante de enero de 1.971)
 
            Hay  muchos  temas  en  las  Enseñanzas  Rosacruces  de  especial  interés  para  el
estudiante de ocultismo. Pero, uno de los más importantes, es la Epigénesis. Tiene un
significado simple: Iniciativa, Creatividad. Pero, las implicaciones son tan amplias que
debemos prestar al tema mucha atención.

            Es  significativo  que  la  Epigénesis  se  exponga  sólo  en  las  Enseñanzas  de  la
Sabiduría  Occidental.  Se  nos  ha  enseñado  que  hay  un  tercer  factor,  además  de  la
Involución y la Evolución: la facultad del espíritu que le permite escoger un camino que
sea completamente  nuevo e independiente,  entrar  en una  nueva línea cada  vez  que lo
desee. Cuando un individuo muestra el fruto de esta iniciativa se le llama genio. Pero
ese estado requiere completa absorción en el esfuerzo de llevar hasta el final los planes
concebidos.

            Partamos de una premisa, de una afirmación hecha por Max Heindel: la de que
todo desarrollo depende de la Epigénesis.

            Las primeras  preguntas a  contestar son:  ¿dónde está  la línea divisoria entre la
evolución  y  la  Epigénesis?  ¿cuál  es  la  diferencia  entre  ambas?  La  evolución  es  un
desarrollo,  como  el  crecimiento  de  una  planta  a  partir  de  una  semilla.  De  ahí  la
necesidad de la semilla preexistente. Los estudiantes de la Fraternidad aprenden que las
semillas de nuestros cuerpos físico, de deseos y mental son plantadas por grandes seres
espirituales para que podamos, en el  curso natural  de los acontecimientos,  desarrollar
nuestras posibilidades latentes.

            La Epigénesis es un deseo de traer a la existencia algo que no existía antes. No
es,  simplemente,  una  elección  entre  varios  posibles  cursos  de  acción;  es  la  libre
voluntad de inaugurar algo nuevo. La verdadera esencia del progreso.

            Como  para  cualquiera  es  imposible  producir  algo  de  la  nada,  hay  que
preguntarse  de  dónde  viene  esa  libre  voluntad  de  desarrollo.  El  secreto  está  en  la
máxima oculta de que “el Caos es el semillero del Cosmos”. El Caos contiene dentro de
sí todos los gérmenes de todo lo que existe durante la manifestación física,  pero no de  
todo.  La  Epigénesis  es  el  esfuerzo  consciente,  el  impulso  de  extraer  algo  de  ese
semillero del espíritu, y producir alguna clase de fruto. El resultado es la creación.

            Los dolores de parto de los esfuerzos originales son penosos, porque el resultado
de la Epigénesis no viene ya dado, como el don de un Ser Benigno. A una nueva idea
debe  permitírsele  que  crezca  naturalmente;  debe  ser  atendida  con  cuidado,  porque
cualquier intento de forzar el prematuro florecimiento de un esfuerzo original, sólo trae
deformación. La recapitulación es el dispositivo de seguridad usado por la Jerarquía a
cargo  de  nuestra  evolución,  y  nosotros  podemos  usar  la  misma  idea  y  repetir  los
cómputos” para asegurar la perfección.

            Todos conocemos a personas que consideran la vida como un tiempo para pagar
deudas generadas en una vida anterior, y para aprender unas lecciones determinadas. La
creencia  en  la  necesidad de  actuar  erróneamente  y sufrir  las  consecuencias en  alguna
vida futura, o en la procedencia de conducirse como si la felicidad fuera la meta final,
produce,  necesariamente,  una  vida  verdaderamente  monótona.  La  Epigénesis  es  un
impulso  espiritual,  en  realidad,  una  respuesta  a  la  esencia  creadora  del  espíritu,  que
vivifica la vida. Los ocultistas creen que el propósito de la evolución es el desarrollo del
hombre,  desde  un  dios  estático  hasta  un  dios  dinámico,  un  creador.  Y  eso  puede
realizarse más  rápidamente  mediante  el  uso, por nuestra parte de ese tercer privilegio
mágico.

            Cuando,  constantemente  subrayamos  la  Ley  de  Causa  y  Efecto  y
persistentemente ignoramos la Ley de la Epigénesis, nos colocamos fuera de su línea de
acción, y nuestras oportunidades de ejercer la iniciativa se pierden, con el resultado de
que nos hacemos cada vez más espiritualmente estériles, a medida que pasan los años.
Durante  nuestro  estadio  involutivo,  cuando  nuestra  conciencia  estaba  enteramente
dirigida hacia dentro, y cuando todavía carecíamos de mente, se nos nutría y entrenaba
con gran cuidado, pero éramos autómatas.

            Si  el  desarrollo  que  estamos  adquiriendo  ha  de  consistir  sólo  en  nuestra
educación  y,  si,  durante  nuestro  actual  progreso,  estamos  simplemente  desarrollando
actividades  latentes,  entonces,  ¿cuándo  aprenderemos  a  crear?  Si  nuestro  desarrollo
consiste solamente en aprender  a construir mejores formas, de acuerdo con los modelos
ya  existentes  en  la  mente  de  nuestro  Creador,  podemos  ser,  cuando  más,  buenos
imitadores, pero nunca creadores.

            Las características de la antigua forma que siguen siendo útiles para el progreso,
son retenidas. Pero, en cada renacimiento, la vida evolucionante añade mejoras que son
necesarias para su expresión ulterior. 
            Por  ejemplo,  en  un  período  de  nuestra  evolución,  respirábamos  mediante  un
aparato semejante a una branquia. Pero se cambió la forma para responder a las nuevas
necesidades. Teníamos que estar equipados con pulmones para recibir el aliento o soplo  
de  Jehová,  de  modo  que  pudiera  darse  otro  paso  en  nuestro  desarrollo.  Esto  era
evolución,  no  Epigénesis,  ya  que  el  cambio  se  hizo  bajo  la  supervisión  de  grandes
Jerarquías.

            Hemos llegado a un punto de nuestra evolución, en que empleamos la sustancia
física suministrada  por nuestros padres, pero imprimimos  en ella nuestro propio sello;
podemos  aparecer  físicamente  como  una  combinación  de  ambos  progenitores  pero,
espiritualmente,  podemos  ser  completamente  diferentes.  Probablemente  todos
conocemos  algún  caso  de  padres  que  tienen  un  hijo  extraordinario,  con  un  talento
especial, sin relación con el entrenamiento y la educación que estás recibiendo. La gente
se maravilla de ello y la gloria la atribuye a los padres, como si éstos hubieran tenido
algo que ver en la formación del alma. El nacimiento en tal familia indica un vínculo o
una  oportunidad  para  un  trabajo  especial,  pero  el  Ego  es,  esencialmente,  “su  propio
hombre”.

                        Es  evidente  que,  aquellos  de  nosotros  que  respondemos  al  instinto
gregario,  usamos  menos  la  Epigénesis.  Las  muchedumbres  no  piensan  por  sí  mismas 
sino que son manejadas emocionalmente  por  caracteres dominantes,  para  sus propios
fines.  Un  Ego  que  desarrolle  conscientemente  su  divina  originalidad  no  puede  ser
influido, porque su cuerpo de deseos está disciplinado.

            La clave de la Epigénesis es la mente. No hay creación sin actividad mental. El
deseo de cambio viene primero pero, hasta que se haga efectivo por medio de la mente,
que se esfuerza por corregir los errores que impiden la perfección, la personalidad está
sujeta  a  las  presiones  de  elevados  Seres  Espirituales  que  están  guiando  nuestra
evolución. 
            Cuando se examinan los problemas de la vida, es buena idea buscar el principio
de  la  Epigénesis  y  vigilar  su  operación:  así  aumentamos  nuestra  comprensión  de  las
Leyes y aprendemos a operar dentro de la Ley de nuestro Creador. Toda cosa conectada
con nuestra Tierra, con nuestro sistema solar, está gobernada por la Ley, que no puede
ser violada sin desastre. Incluso  nuestros esfuerzos  creadores deben  someterse  a  estas
Leyes, por lo que su descubrimiento y correcto uso garantizan el éxito.

            La primera vez que decidimos iniciar el desarrollo de un nuevo talento, estamos
ejercitando la Epigénesis. Con el objeto de llegar a ser creadores originales, es necesario
que  nuestro  entrenamiento  incluya suficiente  amplitud  del  ejercicio  de  la  originalidad
individual,  que  distingue  la  creación  de  la  imitación.  Y,  por  el  bendito  derecho  de
nuestra  divina  naturaleza,  podemos  hacerlo.  Aprendemos  intentando,  cometiendo
errores y rectificando.

            ¿Cómo  estamos  entrenándonos  para  ese  inmenso  futuro?  ¿Es  posible  que
aceptando la vida tal cual viene, usando simplemente facultades desarrolladas bajo guía
ajena  desde  que  surgimos  como  Espíritus  Virginales,  podamos  estar  contentos  y
sigamos pasivos, dejando que las Grandes Jerarquías sigan trabajando por nosotros? Eso
no es aceptable.

            Cuando la Epigénesis es inactiva en el individuo, en la familia, en la nación o en
la  raza,  la  evolución  cesa  y  comienza  la  degeneración.  Se  espera  de  nosotros  que
desarrollemos, no sólo la perfección física, la estabilidad emocional y la profundidad y
control  mental,  sino  también  que  hagamos  crecer  “dos  hojas  de  hierba  donde  había
una”, enfrentándonos a la demanda de nuestro derecho de nacimiento, y espiritualizando
nuestros vehículos preparándolos para su uso consciente por parte del Ego.

            La Epigénesis es la facultad que nos hace diferentes de todos los demás. Todos
somos  células  del  cuerpo  de  Dios,  somos  partes  de  Él  y  siempre  lo  seremos,  pero
podemos expresar esa unidad en diferentes formas.

            Hay suficientes diferencias individuales entre nosotros para que los científicos
sepan que no hay dos personas iguales. No podemos hacer de estas diferencias nuestra
meta pero, cuanto más “diferente o individuales” nos hagamos, más ricas serán nuestra
futuras creaciones. 


Boletín Nº 35 AÑO 2.000 - SEGUNDO TRIMESTRE 
(Abril-Junio) FRATERNIDAD ROSACRUZ  MAX HEINDEL (MADRID) 

* * *


EPIGÉNESIS (2ª Parte)
(Lección mensual del estudiante de febrero de 1.971)
 
            Es interesante el hecho de que uno de los resultados de una importante actividad
en el Segundo Cielo (la incorporación de la quintaesencia o alma, de los tres vehículos
inferiores, al triple espíritu) constituya una oportunidad para ejercitar la Epigénesis.

            El  hombre  ordinario  aprende  cómo  construir  un  cuerpo  que  resulte  un  mejor
medio de expresión pero, prácticamente, todo eso se hace bajo la supervisión de seres
que trabajan con la humanidad.

            Una vez que ha pasado el período de construcción inconsciente, el hombre tiene
la  oportunidad  de  ejercitar  su  poder  creador  -  que  apenas  comienza  a  existir  -  y  dar
comienzo al verdadero proceso creador.

            La  epigénesis  es  la  palanca (palabra  de  Max  Heindel)  por  medio de  la  que  el
cuerpo  alma  se  emplea  por  el  Espíritu  Interno.  Esta  información  es  mucho  más
importante de lo que a primera vista parece, porque, una persona que no hace ningún
esfuerzo por desarrollar sus  cualidades anímicas,  no tiene  posibilidades  de emplear  la
Epigénesis. Se puede preguntar: “¿Cuántos artistas o constructores de catedrales viven
vidas  en  las  que  sus  cualidades  anímicas  aumenten?”  Un  verdadero  artista  trata  de
expresar un impulso interno: está perdido en su mundo de imaginación y de ejecución.
Esto, en sí mismo, desarrolla ciertas cualidades del alma.

            Todos  los  hombres  trabajan,  inconscientemente,  en  la  construcción  de  sus
cuerpos, durante la vida  prenatal, hasta  que se ha incorporado  la  quintaesencia  de los
cuerpos  anteriores.  Es  como  obtener  todos  los  materiales  para  un  producto,  antes  de 
planear  el  siguiente  movimiento.  Pero  este  movimiento  depende  del  trabajo  previo,  o
sea, de la quintaesencia. De modo que es evidente que, cuanto más avance un hombre
espiritualmente, más poder tiene a su disposición. 
            No estamos obligados  a actuar  de  una manera  específica  por  el  hecho  de que
hayamos  sido  colocados  por  los  Señores  del  Destino  en  un  determinado  ambiente  y
porque todo nuestro pasado nos haya  dotado de determinadas tendencias. Si eso fuera
así, nadie se sobrepondría a las circunstancias que rodean los primeros años de la vida, y
que  duran,  a  menudo,  hasta  el  decimocuarto  año.  Cuando  el  impulso  del  cuerpo  de
deseos  rechaza  las  limitaciones  de  la  autoridad,  sus  ojos  se  dirigen  hacia  metas  que 
parecen  imposibles,  pero  la  voluntad  inferior  busca  una  “nueva  avenida”,  libre  para
hacer  lo  que  desea.  El  Ego,  anhelante,  se  las  arregla  para  obtener  una  idea  de  los
resultados  de  ese  esfuerzo  a  través  de  la  conciencia  pero,  usualmente,  la  voluntad
inferior resiste, y ve únicamente los beneficios obtenidos por la personalidad. Ése es, sin
embargo, el principio. Cuando la persona ve la inutilidad de las posesiones, del poder,
de la complacencia  de sí mismo, comienza  a buscar algo mejor, más satisfactorio. Se
hace  consciente  de  su  propio  impulso  creador  y  anhela  una  forma  constructiva  para expresarlo.

            Si bien es cierto que lleva su propio carácter consigo, dondequiera que vaya, las
nuevas experiencias acentúan las características que no permiten relaciones felices con
su familia y compañeros de trabajo. En un día futuro, sus esfuerzos por alcanzar su ideal
se  verán  satisfechos,  y  conocerá  las  dulzuras  de  su  propia  creación.  Los  ideales  más 
pequeños son los más fácilmente alcanzados pero, no por eso deben ser despreciados.
Lleva varias vidas cosechar los frutos de la Epigénesis espiritual. 
            Pero, ¿cómo podemos espiritualizar los tres vehículos inferiores sin ejercitarlos
primero  en  las  varias  disciplinas?  Mencionaremos  un  ejemplo  material:  Imaginemos
que hace cincuenta años, un muchacho aprendió, con un maestro, una particular arte u
oficio. Comenzó  familiarizándose  con  sus  nuevas condiciones y requerimientos;  se le
indicó  cómo  hacer  partes  poco  importantes  del  trabajo,  hasta  que  se  convirtió  en  un
experto. La importancia de su trabajo aumentaba cuanto más aprendía de las técnicas de
su maestro,  hasta  que se convirtió en un obrero.  Él sabía  cómo realizar  una parte del
trabajo,  de  acuerdo  con  la  forma  en  que  había  sido  entrenado.  Pero  ¿era  un  creador? 
¿Inventó nuevas maneras de trabajar, de modo más eficiente, o hizo algún producto que
sirviese para un mejor propósito? Si lo hizo, se convirtió en un maestro de su profesión,
porque estaba usando su don divino: la Epigénesis. Tales hombres construyen hermosos
edificios, imaginan maravillosos cuadros y escriben música inspirada.

            Una  vez  que  el  Espíritu  haya  penetrado  en  la  consciencia  orientada  por  la
personalidad  y  haya  hecho  conocer  su  urgente  anhelo  de  ser  alimentado  por  el  triple
Espíritu, se inicia una búsqueda que conduce a las oraciones y devoción del místico, o al
estudio y la adoración del ocultista. Esto conduce a una interesante pregunta: ¿Usa un
místico, cuya vida es, tal vez, menos activa, conscientemente su potencial creador? Sus
exploraciones  llegan  hasta  la  unión  con  Cristo,  sirviendo  a  los  demás  como  una
expresión de la voluntad de su Maestro. 
            El ocultista juega un papel más activo: Desea conocer el por qué, desea probar
una hipótesis, intentar algo nuevo antes de crear. Su fe es el resultado de su experiencia,
de modo que su necesidad de ver el resultado de una nueva idea es grande en su interior:
su  inquietud  necesita  expresión.  Finalmente,  debe  alcanzarse  un  equilibrio  entre  el
místico y el ocultista, aunque la Iniciación es, probablemente, necesaria, antes de que el
conocimiento se agregue a la devoción y la fe complemente la constante investigación
del ocultista. Los ideales nacidos de esta hambre anímica buscan modos de expresión, y
el  Ego  estimula  al  intelecto  de  nuevas  maneras.  La  disciplina  y  la  Epigénesis,
finalmente, nos hacen más útiles para los líderes de la humanidad y se ensancha nuestro
campo de servicio.

            Una de las maravillas derivadas de la comprensión de la Epigénesis la constituye
el  hecho  de  que  sostenemos  en  nuestras  manos  nuestro  destino.  Las  lamentaciones
acerca  de  la  crueldad  de  nuestro  destino  nos  entrampan  más  profundamente  en  el
cenagal  de  la  desesperación  y  no  es  sino  hasta  que  nos  sacudimos  esa  fláccida
autocompasión,  cuando  nos  hacemos  conscientes  de  que  podemos  controlar  nuestra
respuesta al destino.

            Durante  los  últimos  años  de  la  vida  de  un  aspirante,  puede  darse  mucha
epigénesis.  Se  ha  enfrentado  una  gran  cantidad  de  destino  del  Ego  y  hay  tiempo  y
tranquilidad para descubrir, dentro de los propios vehículos, nuevas formas de acercarse
a la meta divina. Ya no hay soledad, ni pesar, sólo el constante esfuerzo por llegar al
hogar de nuestro Padre Celestial. Puede hacerse más rápido y con mucha más eficacia si
ejercemos la cualidad espiritual de la Epigénesis.

            El  Ego,  el  triple  Espíritu,  está  todavía  en  su  primitivo  desarrollo,  hablando
comparativamente.  Todavía  no  gobierna  sus  vehículos  pero,  a  su  tiempo,  vamos  a
dirigir  la  evolución  de  los  seres  que  crearemos,  y  nos  convertiremos  en  SOLES,
continuando  nuestra  evolución  creadora  mucho  más  allá  de  lo  que  ahora  nos
imaginamos.

            ¿Cuál es el objeto de que los creadores trabajen desde ahora para expandir esa
parte espiritual del Yo Divino? Merecer el bendito privilegio de trabajar  con los guías
de  nuestra  evolución,  para  ayudar  a  aquéllos  que  todavía  no  se  han  convertido  en
creadores.  Recordemos  que  Cristo  dijo:  “Porque  siempre  tendréis  a  los  pobres  con
vosotros”. 
            Lo  precioso  y  alegre  de  nuestra  herencia  espiritual  es  que  podemos  tomar  la
decisión de planear nuestras propias vidas y sus fines  en el marco del Plan Divino. El
propósito final de la vida lo constituyen la reunión con nuestro Creador y nuestra propia
expresión  creadora.  El  más  grande  ideal  hacia  el  cual  podemos  dirigir  nuestras
facultades creadoras  ahora, es el de la unión con nuestro Padre Celestial. 
            Yo también, con mi alma y cuerpo;
            nosotros, un trío curioso, buscando nuestro camino
            a través de estas costas, en medio de las
            sombras, con las apariciones presionando.
            ¡Precursores! ¡Oh, precursores!
            ¡Mirad el rodante y veloz orbe!
            Mirad los orbes hermanos alrededor,
            todos los soles y planetas agrupados,
            todos los luminosos días, todas las místicas noches con ensueños,
            ¡Precursores! ¿Oh, precursores!
            Éstos son de los nuestros, están con nosotros.
            Todos necesitaron trabajar primero,
            mientras que los seguidores
            aguardan atrás, en embrión.
            Nosotros encabezamos la procesión de hoy,
            despejando la ruta para el viaje.
            ¡Precursores! ¡Oh, precursores!

                        (De Pioneers ¡ O pioneers ¡, de Walt Whitman)


Boletín Nº 36 AÑO 2.000 - TERCER TRIMESTRE 
(Julio-Setiembre) FRATERNIDAD ROSACRUZ  MAX HEINDEL (MADRID) 

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